Si tuvieras la decencia
de mirarme cuanto te hablo.
Si tuvieras el valor
de hablarme de frente y
no de espaldas.
Si no fueras tan miedoso
de verme a los ojos.
Sabrías que te escucharía,
pero prefieres que
tu altanería y orgullo
se interpongan
y hagan de ti,
peor persona de la que ya eras.